Una reflexión subiendo la duna Federico Kirbus
Al caminar por la Naturaleza no deberíamos dejar más huella que la de la planta de nuestros pies, dijo un maestro de la Vida.
Subiendo a la cima de la duna más alta del planeta, uno sigue la huella de los todo-terrenos, 4x4, cuatriciclos, que recorrieron la ruta trazada por el rally Dakar. También las rodadas que pisotean a su capricho, saliéndose de la pista marcada, para subir el nivel de adrenalina, sentir la omnipontencia de sus egos sublimado en sus máquinas.
Toda sensación es respetable y quien necesite su dosis extra de sensaciones fuertes tiene su derecho a tenerla. Sin embargo, no se pueden conformar con pisar el camino ya trillado? Es necesario pisotear terreno virgen para conformar su ego?
Al costado de la ruta Dakar existe todo un sutil ecosistema, bello, frágil. Vida que merece un poco de respeto por el simple hecho de ser Vida.
Subir paso a paso a la cumbre de la duna más alta del mundo nos permite, no solo verla, también sentirla, oír el arrullo de la brisa, olfatear la vegetación, percibir la noción del tiempo…
Quienes nos deleitamos de esas sensaciones también tenemos derecho a gozar de la duna más alta viendo las huellas de los pies de quienes nos precedieron, hombres, bestias, bichos o plantas.
Señores de la adrenalina, reclamamos nuestro derecho a deleitarnos de los sutiles encantos del desierto, la sensación de omnipotencia también se siente rodando por el sendero ya trillado del Dakar. A sus orillas el frágil encanto de la Naturaleza del desierto.
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