Aguas que vienen de lejos y de hace tiempo. Mucho tiempo, antes de que vinieran los antiguos a poblar el valle. De los Nevados, los volcanes que treparon al cielo, atrapan las nieves que el Sol licúa. Por su propio peso se deslizan quebradas abajo, sin pedir permiso, empujando rocas del peso de transatlánticos. A su tiempo, rodadas desde las cumbres de los Andes y de Buenaventura transitan por el cauce del río, a veces Colorado, otras Negro o Salado, siempre Abaucán, Señor Guerrero del Alto, según algunos.
Lo que no pudieron las piedras lo logra la arena, en las Dunas de Tatón, sumergir el agua. Mas el Guerrero no ceja y vuelve a asomar a la luz de Inti y Killa en lo que aún tiene el nombre ancestral de Istatacu. Incruenta batalla secular o quizás conveniencia del agua que se hunde en la arena otra vez, para resurgir en los Morteros de ahí seguir su cauce, ora sosegada, ora briosa.
Desde milenios de este pulso son testigos los Alacranes.
El Árbol, Algarrobo, bebe del Guerrero mientras sostiene el recuerdo de un ser querido que partió.
Tiempo que deja sus huella efímera en la arena. Agua, Arena, Viento y Fuego de volcanes que dejan un mensaje que los ojos prevenidos ven y quizás alguien comprenda.
Comments