El amanecer de Inti ilumina la bruma que vela la duna. Nuestro reto, alcanzar su cima. Es la duna Federico Kirbus, la más alta del mundo, 2845 msnm.
Paul Barrionuevo, guía vaqueano en el Territorio Abaucán y más allá, organizó la logística, la ruta, los tiempos, las carpas, las vituallas y sobre todo, agua, no hay que olvidarse del agua. Es una duna, no hay manantiales. Para llevar el equipo don Chacho Quiroga y sus muchachos con cinco caballos. Los caminantes, Mario, Fabiola, Jovita, Gaby y quien cuenta esta experiencia.
La jornada arranca con el Sol empujando el fresco de la madrugada. Con el transcurrir del día su pertinaz presencia se hará patente. Es parte de las sensaciones del ascenso, la que hace agradecer cada soplo de brisa. Brisa que no llegó a viento, que vuela la arena, que pica en los ojos y cruje en la boca. Solo brisa refrescante.
Un pie, el otro, una respiración. Un pie, el otro, una respiración. Un mantra en ascenso constante a la cima. el paisaje parece no cambiar si se mira para arriba. Hacia abajo el Valle del Abaucán, Medanitos aquí, Los Nacimientos allá y un río plateado que se pierde en la arena al llegar a Saujil. Pueblos que son oasis, manchas verdes a la par de la humedad del Abaucán. Allá a lo lejos, Palo Blanco, más arriba de lo que parece.
Fiambalá, más lejos, hasta la Troya llega la vista al Sur, al Norte la cordillera de San Buenaventura, al Oeste asoman el Pissis y el Bonete, seismiles de los Andes.
Un cóndor viene a bendecir nuestro ascenso, luego dos más, y un águila blanca. Más discreto, a ras de suelo, el sutil encanto de la vida del desierto.
La cima del Kirbus no se ve. Un paso y otro, más arriba y llegamos a la orilla de El Pozo. Caminantes al borde de la duna que se precipita 300 metros al fondo de una quebrada donde el agua, durante millones de años dibujó, su aún inconclusa obra de arte, un zig zag a capricho de las rocas y la arena. Dios es más grande que lo que nuestros sentidos puedan abarcar.
Aún falta para la cima, un poco más alienta Paul. El esfuerzo merece la pena, el efecto del paisaje en el alma es único, todos coincidimos.
Atardece, se enciende el fuego. Se funde a rojo el cielo, el rubor deja paso a las estrellas, mates, cuentos de fogón, pollo asado y ensaladas. Los toros se acercan a curiosear a los expedicionarios. Y cuatro jinetes de la noche que aparecen de la oscuridad y siguen luego su marcha bajo la luz de la media luna.
No hay palabras, ni fotografías que describan las sensaciones, indelebles.
Si las querés tener vas a tener que venir. No te vas a arrepentir.
También podés subir en 4x4, pero no es lo mismo, no es un ascenso espiritual.