No se puede amar a la Madre Tierra sin acariciarla. Así, nos pusimos a recuperar esta viña, abandonada a su suerte durante años, en los terrenos de nuestro eventual hogar en Fiambala.
La liberamos de las plantas que la ahogaban. Limpiamos el terreno. Vimos que el suelo no tenía el desnivel adecuado para regar a la manera del lugar.
Restauramos los bordos.
Palpamos la tierra, arena y mineral de las entrañas de la Pacha. La sobamos y acariciamos. La alimentamos con abono.
Poco a poco se fue transformando en nuestro jardín Zen. Un lugar de meditación. El esfuerzo físico ya rinde beneficio espiritual.
Un poco más de dedicación y las vides darán generosas sus frutos. La acompañaran en su crecimiento, legumbres, maíces, aromáticas, flores y hortalizas.
Ahora, después de mucho tiempo solo hace falta abrir las compuertas y regar.
¿Cómo resultó el riego? ¿Se desbordó el agua? ¿Se habrá inundado la casa? ¿Vinieron los vecinos a rescatarnos con botes salvavidas?
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