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Novedades

Todas las SensacioneS que nos estimula

el Territorio Abaucan y quedemos compartir

conTigo


Bajando el río Abaucán, hacia el Sur de Fiambalá, están Los Morteros. Abarca desde la altura del arco de entrada al pueblo hasta la Virgen de Androcollo, cerca de El Puesto. Son algo así como 30 km de desierto barridos por el Zonda y fustigado por el polvo y la arena.

La zona esta sembrada de vestigios de asentamientos de Los Antiguos. Trocitos de cerámicas y restos de industria lítica para fabricar flechas y herramientas. La cantidad indica lo poblado que era este valle En tiempos había morteros de piedra. Se usaban para moler grano, especialmente la algarroba, fruto del generoso Algarrobo. Tantos morteros dieron nombre al paraje. Hoy son difíciles de encontrar.

Tanta gente. Tantos Árboles, Algarrobos, para los criollos, Takus para los antiguos. Una cultura que se desvanece en el tiempo. Un bosque que deja paso al desierto. La arena libre, volando a compás de zonda. Arena de clepsidra que cubre mitos, historias, y leyendas.

Memoria que penetra en la Tierra a saber qué Universos navegar.

Aún queda una centuria de resistentes, parche verde en el desierto, quizás sepan indicarnos en qué rumbo la podemos recobrar. Taku, el Árbol.

A NUESTROS AMIGOS COYAS

y a

David C. quien nos guió por el buen camino para llegar al bosque.



Quien nos haya estado siguiendo en este espacio ya saben que a principio de este año abrimos en el centro de Fiambalá, Brotes del Abaucán, una cafetería que se convirtió en el eje de nuestro proyecto Jachy Tata Javya.

Desde allí partíamos a conocer a la gente que vive en Comunión con la Naturaleza. En la cafetería servíamos y vendíamos los productos artesanales que elaboran en los fascinantes rincones de la Herradura del Abaucán.

Hay una montaña, al oeste de Palo Blanco, que sobrepasa los 4.000 msnm. Todavía no conseguimos averiguar su nombre. En en la vertiente este, la que mira al valle del Abaucán, se encuentra un valle al que llaman Lampato que algún día subiremos a explorar. Por esos pagos íbamos a buscar queso que en Brotes del Abaucán servíamos mientras contábamos a los clientes la vida de los pastores en la Naturaleza.

Para llegar se vadean ríos y traquetea sobre la arena. Huellas que en verano con las lluvias se descomponen en un afán de volver a ser monte virgen. El panorama, aún salvaje, merece el zarandeo de amortiguadores y vértebras.

En verano el paisaje hosco para el ojo incauto se convierte en hábitat de flores delicadísimas en verano. También verdean arbustos y yuyos que los antiguos ya usaban para curarse, condimentar o simplemente para saborear. Incluso encontramos hongos que ante la duda no catamos.


Freddy, de Palo Blanco, nos llevó por primera vez a conocer a Cacho Reales que tiene su puesto en La Junta, donde se unen dos ríos de los que y se junta el agua que riega las viñas y huertas de Palo Blanco.

Más arriba está El Bangel donde una vez estuvimos en una fiesta que ya contaremos. El puesto lo atienden Lucía y Juan de Dios. Pocos jóvenes se dedican ya a las tareas campesinas. Ver a estos chicos hace albergar la esperanza de que la cultura agraria tradicional está a salvo aún un tiempo. Por una huella a la izquierda está La Aguadita, casi llegando al Lampato. Cuando fuimos no había nadie, quizás estaban arriba en el cerro pastando sus cabras.

Y aún siguiendo la huella de El Bangel, más arriba, está Las Lechuzas donde Sonia hace el queso de Vaca y Cesar el de cabra. Las tierras son de doña Elba, de Medanitos. Con sus más de 80 años no deja de subir a pasar el verano trabajando con sus animales acompañándose de amigos entre quienes nos encontramos con una pareja que viene todos los veranos desde Adrogué a dar una mano.


Conocer a esta gente, sus cuentos e historias, mate en mano no es cuestión de un rato. Como las amistades, hay que dedicares tiempo, y amor. La gente es amable y nos recibe con cariño. Una vez, Cacho Reales no nos dejo ir hasta acabar con el asado de la chiva que había mandado a carnear porque lo habíamos ido a visitar.

Hemos de volver a encontrarnos. Les prometimos las fotos que tomamos.

Pronto.




Hoy nos deleita con su poesía María Elena Barrionuevo.

Algunos andan diciendo

que la vida Murió.

Que la enterraron desnuda

sin mortaja ni cajón.


Envuelta solo en un cuero

no hubo velas ni oración

era tan pobre, la pobre

que de pobre se murió.


Otros cuentan que la vieron

espiar la fiesta, de lejos

sentada en una piedra

triste como perro viejo.


Ella nadita tenía

nadita nunca pidió

vivió con poquito y nada

como en el aire la flor.


Aunque sigan proclamando

que la Vidala murió

yo la he visto en una noche

cuando del cielo bajó.


Fue una noche a medianoche

con la Luna por tambor

que descalza y de sus senos

manaba lumbre y fulgor.


Por su cuello de vicuña

trepaba el viejo dolor

y le incendiaba la boca

con un grito redentor.


Todas las viejas del pueblo,

vitaler olvidadas

Prendieron fuego a la pena

en las hogueras del alba.


Algunos siguen diciendo

que murió la vidala

lleguesé a La Herradura

y sabrá que alguien mintió.


Las fotografías relatan el Encuentro Vidalero

en Palo Blanco el 8 de enero de 2020




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