El camino sube dejando allá abajo Tatón y el valle del Abaucán. Y vuelve a subir aún más. Huella que hasta hace poco era solo apta para mulas, que con las tormentas de verano se desmorona volviéndose transitable solo para baqueanos y sus caballerías.
En la Travesía podemos encontrarnos a Elba Araya, portando un chivito cansado en el pecho. Junto a su familia arrean chivos y cabras para vender en Tatón, a mula, caminando, cono en los viejos tiempos en los tiempos actuales. Toda una mañana. Es penoso pero así sobrevivían sus abuelo, y los abuelos de sus abuelos por generaciones. Allá, arriba, en el cerro.
Podemos encontrarnos con Pedro Morales cargando un chivo recién carneado para que Silvestre Suarez lleve al pueblo para convidar en una fiesta. Lo sube desde el puesto de don Gregorio Suarez, La Aguada, una trepada entre piedras surgidas del fondo del océano hace millones de años, desmoronada por tormentas, con la energía de un puma, apenas con sobrealiento. Don Gregorio Suarez puestero solitario.
En la senda, con vistas a la cordillera el recuerdo de un familiar, de un amigo, a quien se le saluda al pasar y se le dejan flores para recordarlo, y plata para que compre vino.
Se sigue subiendo y al final del camino, allá abajo, entre las montañas, asoma minúscula la alameda de Rio Grande. Al acercarse la alameda crece y dentro de su muralla incompetente contra el viento las casitas de pirca, caña y barro construidas alrededor de la Escuela.
“Antes teníamos veinticuatro alumnos” nos dice la directora doña Elida Morales. “Se subía a mula entonces. Y ahora también cuando las tormentas derrumban el camino”.
Solo ocho familias viven aún en el pueblo. Aunque diseminadas en puestos a dos, tres, o nueve horas de “La Escuela” como llaman al centro de Rio Grande.
El abuelo don Antonio Suarez y su nieto Silvestre nos muestran que hilar no es solo cosa de mujeres. La abuela doña Angélica Tolaba da la mamadera a los guachitos, los chivitos huérfanos o abandonados. Florencia y su hijo se dejan fotografiar en el patio de la escuela. Y las maestras discretamente cubiertas, según manda el reglamento.
Don Angel Sandón y su esposa doña Marta Suarez nos invitas a pasar el día en su puesto El Pozo, tres horas de caminata desde “La Escuela”. Toca lechar las chivas, hacer queso como todos los días cuando viene el buen tiempo. Después de la faena, mate, pan casero y queso artesano. Más tarde, el chivito asado.
Y la vuelta, el largo y sinuoso camino al valle.