Vivíamos en el Valle muy contentos. El Bosque nos proveía de alimento. El manantial agua cristalina. A veces salíamos a cazar. Del Río obteníamos arcilla para producir utensillos. De las piedras, herramientas y armas. Agradecíamos todos los días a la Madre Tierra por su generosidad y al Sol por su luz y calor.
Pero, un día vinieron los hombres del Norte, con sus normas, costumbres y dioses. Descontentos migramos a las montañas por donde asoma el Sol a vivir como nos enseñaron nuestros antepasados. Sobre una escarpada torrentera pircamos El Pucará.
Defendidos por la montaña sobrevivimos abuelos, hijos y nietos y los hijos de los nietos. El agua y el alimento lo traíamos fatigosamente del fondo de la quebrada. Temíamos las tormentas de verano. A veces el agua bajaba con furia rozando las puertas de nuestras casas amenazando arrastrarlas.
A veces volvíamos al valle a cambalachear.
En tiempos de los nietos de los abuelos llegaron los Pechos de Plata y Filos de Muerte. Bajar al valle era arriesgarse. Muchos no volvían.
En la quebrada nació un pueblo. Buscar agua y alimento se convirtió en un peligro. A nuestras penas se sumó el hambre.
Las dificultades nos obligaron a abandonar el Pucará.
En el Valle nos enseñaron la religión.
Nos enviaron a trabajar lejos.
Así perdimos nuestra amada tradición.
ADVERTENCIA: Cualquier parecido con una historia real es mera coincidencia... pero hay unas cuantas
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