A pocos kilómetros a de Fiambalá, ahisito nomás, por la ruta 60 a mano derecha, un banderín amarillo y un cartel pintado a mano indican el desvío a La Salinita.
Hace años era un puesto ganadero, una pequeña casa pircada, donde la familia Marcial cuidaba sus cabras y mantenía un huerto con el hilito de agua que vierte vecino.
Walter y su familia convirtieron el paraje en un espacio donde pasar un día en familia, con amigos, tranquilo y al reparo del zonda. Una ramadita de cañas mantiene el frescor donde comer un asado.
María fue la encargada de prepararlo para nosotros mientras caminábamos por el circuito de mountainbike.
Paseo por la agrestre, sutil, orilla de la Sierra del Oeste. A la vuelta, la mesa puesta y los amigos, esos amigos con quienes uno iría al fin del mundo, Carla, Eduardo, Miguel, Maria, Yoli y Dorita.
Hay que volver, por los Amigos y porque aún quedan senderos por explorar
Después de transitar el tortuoso camino desde Tatón a Rio Grandenos acercamos a la casa de don Ceferino Lopez. Ahi nos esperan para alistar las mulas con sus excelentes monturas, los tradicionales peleros que las Artesanas del Territorio Abaucán tejen desde antiguo.
Los expedicionarios, un equipo de rodaje que vino a documentar la vida en los puestos del cerro, la Esquila y los paisajes de la sierra. Son Mariel Bomczuk, Agustín Lagos y Matías Reynoso. Don Ceferino y su hijo Gustavo son los guías baqueanos.
Nos acompaña todo el ascenso el “temporal”, la nube casi pegada al suelo, “hará frío cuando estemos llegando” previene don Ceferino. La huella es apta solo para mulas, burros y caminantes. Trepa hacia la nube pegada en las cumbres dejando atrás, abajo, a lo lejos Rio Grande.
La cabalgata dura algo más de cuatro horas por un paisaje imponente que solo podemos intuir. La niebla es un velo que nos oculta la profundidad de los valles y las cumbres de las montañas. Al atardecer hace frío.
Cuando se transita los caminos por primera vez se siente esa sensación de estiramiento del tiempo, el destino parece inalcanzable. Pero se alcanza. Casa Grande (3.400 msnm). Es noche oscura, el “temporal” cubre el reverbero de las estrellas, oculto está el entorno que hasta el amanecer no se revela.
En la cocina el agua está lista para calentarnos el cuerpo con unos mates, después un guiso y a descansar en una habitación solo iluminada por nuestras linternas. En el puesto no hay luz eléctirca.
El amanecer nos descubre el paisaje que rodea el puesto. Hacia el NE, dominando el Cerro (5560 msnm.) Pabellón, a una jornada de mula ida y vuelta desde Casa Grande. Al O el valle de Fiambalá, allá lejos, allá abajo y de horizonte la Cordillera de los Andes. Un río corre abajo. Dunas de arena blanca invitan a la exploración.
De debajo de la arena emerge el río. “Todo tiene un punto lisérgico” comentó uno de los expedicionarios. Serán los colores? El aire absolutamente transparente? Que de la arena brote el agua? Vení, animate, descubrilo?
A la vuelta queda desnudo a la vista el panorama velado por el “temporal”, el fondo de las quebradas, las cimas de las montañas, allá, lejos, despuntando sobre los Andes, el Incahuasi.