En el silencio de la cordillera la brisa es un redoble en los oídos.
Los dedos se entumecen de frío.
El espectáculo merece la pena.
Aún no asoma Inti por las montañas del Este pero empuja las sombras ladera abajo de las del Oeste.
Las Aves inician su actividad diaria: alimentarse y anidar. Parinas, gaviotas, playeritos, patos, gayaretas, comesebos, chorlos, piuquenes… El paraiso los observadores de aves.
Y allá, no muy lejos, un macho guanaco marca las distancias entre su harén y sus crías
Estamos en Cortaderas. Durante 2 millones de años la Cordillera de los Andes fue un estallido de proporciones megatónicas que se va apagando. Aún quedan algunas fumarolas, últimos suspiros de aquellos tiempos. Explosiones y estampidas, coladas de lava y cenizas, fueron esculpiendo este panorama que con tiempo, del que es rica la Pachamama, fue suavizando la erosión.
Nos invitó Agustina a pasar un fin de semana en el Hotel Cortaderas a 3300 metros sobre el nivel del mar, a orillas del río Chaschuil. Viajando por la ruta 60, subiendo hacia los volcanes más altos del mundo y al paso de San Francisco que nos une a Chile.
La laguna, con su fauna y fría madrugada están ahistió nomás del hotel. Un paseo nada más.
Hay más caminatas por quebradas y laderas. Para extasiarse con el paisaje, admirarse de la fortaleza de las plantas, resistentes al duro invierno, al sol y la sequedad del aire. Allá, en el horizonte el Incahuasi, ahí en frente un viejo cráter, a la vuelta de una peña, el médano, la arena.
Armonía de trinos, chapoteos aletear de vuelos, susurros de brisa, cordialidad del paisaje que invita a contemplar la Paz.