Tatón está a unos 50 kilómetros de Fiambala. De ahí hasta Río Grande poco más de 40. Sin embargo se tardan unas cinco horas en recorrer el camino que aunque en obras de restauración buena parte esta aún roído por las lluvias. No hay queja, hasta no hace mucho los habitantes de Río Grande bajaban a Tatón a lomo de burro con sus mercancías: quesos, chivitos, tejidos, hilos, yuyos… La velocidad no importa, el tiempo late a otro ritmo en estas montañas. Las vistas invitan tomarlo con calma. Nos acompañan Ricardo, Magali y Mía.
En Río Grande nos esperan la familia de Ricardo, Don Antonio Suarez y Doña Angélica Tolaba, sus abuelos, y Silvestre, Goyo y Juan sus tíos. Ya es noche, el rito de bienvenida mate pan, tortilla y queso caseros. Luego la cena.
A las seis de la mañana partimos hacia El Pozo, puesto donde nos esperan Sandón, Marta, mil chivos, ovejas y faenas campestres, lechar y capar. El camino es el antiguo para mulas. La subida dura aunque solo sean dos horas de caminata.
El trabajo intenso, tranquilo, elegante. Chivito asado para almuerzo con invitados de última hora. Sobremesa amable de voces quedas. El silencio obvian el vocerío. Nombres de los cerros, los tiempos de antes, chanzas y chimentos.
La vuelta al atardecer, espectáculo de quebradas y picos de cuatro mil metros. Allá a lo lejos esas arenas blancas exhaladas por un volcán mucho, mucho tiempo atrás.
El domingo amanece con sosiego mate y tortillas recién hechas al fuego. Sesiones de fotos familiares y demostración de hombres que saben hilar lana de oveja, llama y vicuña. Almuerzo y después vuelta por el camino precario de paisajes de que vislumbran Pachamama.