Un puesto en el corazón de la Sierra de San Buenaventura
Llegar hasta Las Papas (2.700 msnm) con un buen vehículo no es tarea fácil. Hay que vadear, según las lluvias de la estación unas 50 veces el río Las Papas. Cuando llueve puede ser imposible.
El pueblo acoge a no más de 100 habitantes que viven mayormente de la ganadería de montaña, cabras, ovejas, vacas y, ya pocas, llamas. Es el punto de partida de la expedición.
Lo primero es revisar las herraduras de nuestras cabalgaduras y afianzar la carga sobre los burros, ensillar, luego partir. Los expedicionarios: Rolo Oviedo y Fabiana Cortez, su hija Nahir, sus nietos Dylan, Miguel, Naithan y yo.
El recorrido de ida fue por el portezuelo de El Rodeo para hacer el trayecto en dos etapas, pasando por el puesto El Telar donde hicimos noche. A la mañana, después de unos mates, otra vez a revisar las herraduras, ensillar, asegurar la carga sobre los burros y partir. No hay descripción para las sensaciones que provoca el entorno que recorremos. Dejo que las fotografías, meras imágenes les den una visión del paisaje.
El golpeteo de los cascos de las mulas, la caricia del viento fresco en la piel, los olores de sudor combinado con los de las plantas, el aire, escaso de oxígeno (3.500 msnm) limpio de poluciones, el tacto de la montura bajo las nalgas, fuerte conexión entre nuestro cuerpo y el del caballo… No hay poesía suficiente para transmitirlo. Quien quiera sentirlo tendrá que probar la experiencia por si mismo.
El puesto se llama Agua Hedionda. Es la confluencia del río San Buenaventura con el Hediondo. Pero no huele salvo que uno lleve agua hasta su nariz. El San Buenaventura es cristalino y saludable.
Ahí compartimos durante una semana las bucólicas labores de la vida en el campo. Todos los días hay que reunir a las cabras, lecharlas y quesear, buscar agua en el río y leña en los alrededores. Cuando es necesario se carnea un chivo o un cordero. Bañar, marcar, castrar y esquilar el ganado es una labor estacional. en esta época también hay que atender los partos de las chivas. Siempre hay arreglos en la arquitectura del puesto, pircar, reparar techos. Cuando el tiempo lo permite, hilar, tejer, curtir, trenzar. Y las labores propias del hogar lavar ropa, cocinar amasar el pan hacer tortillas. si se encuentran, siempre es momento de recolectar yuyos, la medicina Toda la familia participa, sin distinción de sexo. A la noche viene el momento de los cuentos, la charla y una partidita de cartas.
“El día es corto - repite don Rolo - pero sin este rato la noche se hace larga”.
Trekkings, los paseos, son infinitos. Nos dio tiempo solo de dos. Uno por la Playa Blanca, con magníficas vistas al cerro Pabellón (4.624 msnm) otro por el cauce del San Buenaventura hasta donde llaman Las Vegas. Para otra vez, si Dios dispone que vuelva queda la cima del Pabellón desde donde debe haber unas vistas portentosas de la cordillera de los andes a la altura de los Seismiles.
Y, con todas estas sensaciones, después de 10 días emprendimos el regreso a Las Papas junto a don Rolo y Dylan.
La Luna llena nos acompaño en el último trecho por una quebrada de alucine de la que no hay fotos por el apuro para llegar. Habrá ocasión.
La sutilidad de la flor de la caiphora chuquitensis andina una sutil Ortiga de estos pagos es testigo.
Mi más profundo agradecimiento a la familia Oviedo-Cortez que me acogieron como uno más.
Investigación realizada con el apoyo de:
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