“Usted tiene que aprender a rastrear” dijo doña Martina en Los Baños, allá arriba en la Sierra de Buenaventura.
Nuestro Universo, el que nos rodea está colmado de señales que no atinamos a interpretar. No estamos atentos a ellas. Mientras transitamos por una ciudad, en coche, bici, a pie, leemos las señales que nos conducen por nuestra senda evitando peligros: semáforos, carteles… También sonoras un bocinazo, una risa, un insulto… Y olfativas, quién no pasó delante de una pizzería o cafetería que emanan un aroma que invitan a la lujuria?
Cierto es que uno se fía de todas estas indicaciones sin prestarles mucha atención. Tantas señales distraen. A eso sumemos todo tipo de propaganda subliminal que nos acecha desde paredes, quioscos, auriculares, televisores.
Cuando nuestros ancestros eran cazadores y recolectores era esencial leer las huellas, saber si son de presa o depredador, si el viento trae viento, frío o lluvia, o el olor de una tropa de guanacos. El susurro de las pisadas de un quirquincho o las sutiles pisadas del puma. Leían a los cantos de los pájaros, y su vuelo y los augurios que muestra el cielo, de noche y de día, los colores de plantas y terrenos.
Sentidos atentos para descifrar a la Naturaleza y, entendiéndola, sobrevivir.
Cada cual en su hábitat hemos de prestar atención a nuestro entorno para subsistir. Vivir descuidado favorece que nos pase un colectivo por encima o pisemos el nido de na serpiente. Obvio!
Estamos rodeados de signos que no atinamos a interpretar.
Tomemos conciencia, escondidos pueden atesorar la Razón que buscamos.
Deberíamos hacerle caso a doña Martina.
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