“Nunca tuve una amiga como usted” eso me dijo un día doña Evelina. Doña Evelina es de Las Papas, es del ’55.
La conocí un día en la plaza de Fiambalá. Estaba de espalda. Me llamaron los cientos de Ojos de Perdiz de su morral. Amarillos y azules porqué Evelina es del Boca. O más bien, del Boca es unos de sus hijos queridos.
La visito casi todas las tardes. Cardamos la lana a mano y la hilamos. Estoy aprendiendo con ella a tejer.
“El verano es tiempo para hilar”, dice Evelina. “En invierno se teje.”
En todas las puertas de su casa una ramita atada con un lacito rojo. En una de las ventanas, cara este, que queda siempre cerrada como una hornacina, una botella llena de algo, ramitas torcidas y piedras, algunas con forma humana o de animal. Un rosario al cuello de una de ellas.
Vive en Palo Blanco en una loma en lo alto del pueblo. El camino a su casa es caluroso a la tarde. Me espera a la sombra fresca de una morera al lado del techito de caña bajo el que esta su telar de palos de algarrobo. Me trae una silla de plástico blanca remendada con aguja caliente y cuerda. Ahí me siento a su lado delante de un vasito de jugo de manzana. Charlamos de la vida, de sus perritos, de su hijo, de nuestro trabajo, de Julio y mio. Nunca hablamos del tiempo, solo de campo y vida, gente y plantas.
Trae un balde de pintura viejo lleno de vellones de lana, que días antes estaban tendidos secándose al sol y al aire sobre la reja de cañas que protege de sus perritos uno de sus jardincitos de flores y yuyos que trae del cerro. En esta época del año sus flores estallan. Más o menos cada tarde un tacho de lana pasa entre nuestros dedos para limpiarlo de palitos, bichitos, nudos, y abrirlo en espumosas nubes.
Después siempre unos mates. Calienta el agua en su cocina ocupada por un enorme hogar de barro. Lo prepara afuera en un rincón de sombra pegado a una de las paredes de su casa. La mesita de madera, como mantel una bolsa de alimento para perritos usada y abierta. En la panera nunca falta la tortilla enterrada que prepara todas las mañanas afuera a lado de una planta de Maravilla, debajo de las brasas.
Nunca hablamos de dolencias, solo de yuyos que curan. De la importancia de estudiar y trabajar para seguir fuertes firmes, con voluntad, de pié, porqué la vida trata de eso.
“Il lavoro nobilita lo spirito” le digo y traduciendo “el trabajo ennoblece el espíritu”.
Cuando vamos al campo a pasear Evelina levanta siempre piedras que le llaman la atención y me las pasa “Si le gusta quédesela”. Se dobla como un gato debajo del Algarrobo Negro para recolectar y regalarme sus frutos, bayas leñosas con semillas finas adentro que suenan como cascabeles. “Se ponen en el agua y se hierven, son muy buenas para el resfriado”, recomienda.
Todas las tardes me despido de ella con mi ser renovado. Está lleno de vida, de una gran visión de las cosas y del infinito que somos y a la vez nos rodea…
hasta el infinito y más allá que nos une en un Todo tan chiquitito como granito de arena.
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