Desde Las Papas, su pueblo, hasta Palo Blanco hay unas tres horas de una huella que obliga a vadear varias veces los ríos Las Papas, Salado, Blanco…
Antes solo había un camino de mulas, cuando Evelina bajaba a cambiar los morrales, alforjas, ponchos y mantas que tejía por víveres.
“En burro, con mi hijo a cuestas, nos costaba casi un día bajar hasta Punta del Agua y de ahí al día siguiente rumbeaba a Fiambalá donde vendía mis telas.”
Hacía diez años que Evelina no visitaba su pueblo. Para el Día de las Almas la acompañamos Las Papas a llevarle coronas de flores de papel crepe a los suyos que descansan en paz en el cementerio.
El camino estuvo sembrado por las huellas de historias y nombres de los parajes. Lugares que marcaron su vida.
“Ahí está El Puesto donde crié a mis hijitos y cuidaba mis cabras. Diez años estuve viviendo aquí, sola con mis hijitos”. Hubo que vadear un arrollo y trepar unos metros para llegar a los restos de una casita y corral de pirca.
“Cuántos recuerdos!”
En Las Papas Rosa Adelina, su cuñada, salió a recibirla escoltada por sus perros. Después vendrían su hermano Feliciano, Argentino, su sobrino y Clarisa. Durante los mates pasaron los niños, con Ulises, el recién llegado, como máxima emoción.
Recorrer el pueblo no toma mucho tiempo, no son más de veinte casas.
“En este lugar nos sentábamos las niñas a tejer. Nos tenían separados de los niños, que no estaba bien que nos juntáramos. Ellos se sentaban allá y hacían cestería.” Estábamos en el patio de su antigua escuela.
Doscientos metros más arriba del pueblo, por un sendero abrupto, está el cementerio. En cada tumba depositaba su corona de flores de colores crepe. en cada una nos contó recuerdos de la madre, el padre, la abuela.
“Acá un hijito que se me murió a los seis meses, mientras bajaba a Fiambalá a lomo de una mula a vender mis tejidos”
“En esta está Damián que como era fanático de Boca pongo siempre coronas de flores azules y amarillas”
La muerte parece un tránsito para Evelina, se lleva a los seres queridos pero queda su memoria, que no es poco.
Luego nos asomamos a uno de los ríos que rodean a Las Papas.
“Enfrente, la pirca que ven, es la casa de los antiguos. Ahí vivía el abuelo de mi papá”
Para almorzar, estofado de hígado de cabra que preparó Rosa Adelina, Coca. Energía para subir al altar de la Pacha Mama. Está a la misma altura del cementerio, sobre el nivel del mar y sobre la mística.
Y justo antes de arrancar la vuelta vino Marcos Mamaní, novio de otros tiempos.
Contar las historias de Doña Evelina, su vida, sus conocimientos sobre plantas y la vida no entra en una reseña como esta. Haría falta un tratado como los que escribimos para emperadores, artistas y doctores.
Lo que no se puede describir ni en una reseña, ni tratado, ni enciclopedia es la el gozo y el agradecimiento a la vida, por darnos la oportunidad de haber compartido este día con Doña Evelina.
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